CON ESPÍRITU CONSTRUCTIVOOpinión

Deberes para 2018

Arranca 2018. Diez años se van a cumplir, ¡diez años!, del arranque de la crisis económica global que llegó a España con toda su crudeza y de la que aún no nos hemos recuperado. Diez años de crisis es demasiado y no son pocos los que afirman que esta situación vino para quedarse.

Yo personalmente no lo pienso así. Creo que las cosas están mejorando y mejorarán más, si bien también creo que la mejora es demasiado lenta y sigue sin llegar a mucha gente. Se ven todavía muchos comercios cerrados, el empleo sigue siendo precario, los sueldos siguen congelados, etc. Las grandes cifras del país están mejorando más por la actividad exterior de muchas empresas que por el mercado interior, si bien es cierto que se aprecia más “alegría” (opinión subjetiva) en la calle. Los comercios venden más, la compra de viviendas se reactiva y se vuelven a ver los atascos en las entradas de Valencia, aunque esto último no sé si se debe a la mejora de la economía o, permítanme esta pequeña maldad, a las “innovadoras” políticas de movilidad del señor Grezzi.

En el campo de la ingeniería civil la situación es bastante peor que en la media. No solo en el sector de la construcción, donde la actividad sigue bajo mínimos, sino también en el mantenimiento de las obras públicas. Carreteras, presas, puentes y un largo etcétera de infraestructuras que nos dan servicio no sólo a nosotros, sino a los ochenta y dos millones de turistas que nos han visitado en 2017, tienen un mantenimiento ínfimo en el mejor de los casos y muchas veces ni eso. Los consumos de cemento y asfalto están en mínimos históricos y la situación no es halagüeña para el año que empieza.

Esta carencia de mantenimiento es un ahorro a corto plazo pero un gasto tremendo a largo plazo. La Asociación Americana de Ingenieros Civiles (ASCE) presentó en marzo de 2017 un informe sobre el estado de las infraestructuras de EEUU en el que se afirmaba que mantener las infraestructuras de EEUU en buen estado cuesta unos tres dólares diarios por ciudadano, mientras que la “inacción”, es decir, no hacer nada y tener que reparar a futuro las infraestructuras deterioradas, cuesta unos nueve dólares diarios por ciudadano.  La conclusión es clara: no mantener las obras públicas adecuadamente acaba costando, a la larga, el triple de dinero al contribuyente.

Esta situación debería revertirse. No sólo por el motivo antes expuesto, sino porque es necesario que la mejora de la situación económica se traslade al sector de la construcción en general y al mantenimiento de las obras públicas en particular. Si la situación está empezando a mejorar es necesario incrementar las partidas en mantenimiento de infraestructuras para paliar el deteriorado estado de muchas de ellas en la mayoría de lo posible. Si estamos superando el bache económico, empecemos a arreglar los baches de las carreteras, rehabilitemos las presas (seguimos en sequía, por cierto) y mejoremos la red ferroviaria convencional, por poner unos ejemplos. La mejora económica debería traducirse a partir de ya en aumento de las partidas de mantenimiento para las infraestructuras. Ese debería ser el deber para nuestros gobernantes en este año que empieza.

Y por último me pongo deberes para mí. Dice mi compañero de columnas Enrique Arias Vega que ha decidido no escribir tantos artículos apocalípticos y ser más positivo para el año que acabamos de estrenar. Me parece una idea estupenda y voy a intentar aplicármela. Seamos positivos. Lo mejor siempre está por venir.

 

Eduardo Echeverría García

Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Especialista en cuestiones hídricas.