Qué hacer con los viejos
Hace veinte años, cuando dirigía El Adelanto, de Salamanca, un redactor escribió: “La víctima del accidente era un viejo de 58 años”. Ya entonces, la frase era una estupidez; si hubiese sabido que hoy día hay mujeres que dan a luz a los 64 años, aún me lo habría parecido mucho más.
Es que en la actualidad ya no hay viejos, sino personas mayores, mucho más mayores que antes además, y su número crece día a día.
Por eso no entiendo el revuelo sobre cómo actualizar el valor de las pensiones y que los viejos (yo incluido) nos cabreemos por no cobrar más. ¿Qué dirán, entonces, sobre su sueldo los jóvenes mileuristas, los desempleados y aquéllos trabajadores que no llegan al salario mínimo?; porque los viejos, en conjunto, gastamos cada año un montón de pasta más a costa de los que aún trabajan. Si no sabemos cómo mantener el sistema de prestaciones por jubilación, ¿cómo es que nos quejamos de su cuantía sin pensar antes en la forma de preservarlo?
Los problemas reales de las personas mayores (yo incluido) son el testamento vital, la muerte digna, la eutanasia asistida (sí) y demás cuestiones sobre la calidad de vida.
Las mejoras económicas deben ser inicialmente para quienes trabajan. Por propio egoísmo, tenemos que acabar con el paro, mejorar los salarios, fomentar la natalidad, ayudar a las familias… Sólo así habrá más dinero para la Seguridad Social, sin necesidad de machacar con impuestos a los trabajadores, por un lado, ni prolongar artificial y cruelmente una vida que no es tal a quienes no quieren ser una carga para los demás ni que les exploten o les maltraten insidiosamente por ello.
Ya me dirán si éste enfoque supone o no todo un señor debate.