El deporte profesional
El deporte profesional es cosa de ayer mismo, como quien dice. Así se explica que haya gente que vive, y tan ricamente, de actividades que hace nada eran poco menos que extravagantes: Carolina Marín, campeona de bádminton, o Javier Fernández, su homólogo en patinaje artístico, por poner dos ejemplos.
Lo que empezó siendo mero ejercicio corporal, manifestación de salud o simple afición competitiva alcanzó su máximo rango de actividad profesional hace unos treinta años. Lo certificó entonces Juan Antonio Samaranch, en los Juegos de Barcelona de 1992, al acabar con la ficción del amateurismo olímpico e incorporar a las supercotizadas estrellas de la NBA en la competición de baloncesto.
El deporte es hoy, pues, una forma de vida, muy rentable, además, donde son muchos los profesionales que ganan más de 20 millones de euros al año y unos pocos, como Floyd Mayweather, Lionel Messi, LeBron James o Roger Federer, que superan los 100 millones.
Claro que se lo curran. La dedicación de un deportista de élite es absoluta; su preparación, impecable, con todos los adelantos médicos, psicológicos y gimnásticos a su servicio; la búsqueda de talentos para el deporte, global, con ojeadores en todas las partes del mundo y a jóvenes en edad cada vez más temprana.
Yo, que soy un fan de la NBA, por si no lo sabían, recuerdo cuando el baloncestista Charles Barkley se oponía a la ampliación del número de equipos, arguyendo que “no habría bastantes jugadores buenos para todos”. Veinte años después, la calidad y cantidad de los profesionales de esa liga dan sopas con honda a los de entonces.
Claro que la nula capacidad predictiva del Gordo Barkley se demostró cuando dijo que llegaría a ser gobernador de Alabama y ya ven…