Miedo a significarse
A mediados del franquismo, más de un padre, como el mío, advertía a sus hijos de que “no se significasen”, es decir, que no pensasen ni obrasen por su cuenta en un escenario político en el que lo esencial era ser “afecto al Régimen” del Caudillo. O sea, que procurasen pasar inadvertidos y no disentir públicamente de los valores que imponía la omnipresente dictadura, para evitar así lo que pudiera pasarles.
Ahora, tras más de cuarenta años de gozosa y creativa libertad, vuelvo a experimentar la ominosa y asfixiante impresión ante la que me prevenía mi padre de “no significarme” en el caso de yo llegue a tener convicciones, ideas o pensamientos no del todo coincidentes con lo “políticamente correcto” que se ha instaurado férreamente en nuestra sociedad.
Claro que ahora es justamente lo contrario de lo que se llevaba hace sesenta o setenta años. Pero uno tiene la misma sensación de que no se puede disentir de una serie de creencias tan implantadas ahora como fueron en su día los antagónicos principios en los que se basó la dictadura franquista. ¿Quién se atreve a discrepar públicamente, por ejemplo, de la ideología de género, la Memoria Histórica, el cambio climático o cualquier otro “dogma” en vigor? ¿O reconocer públicamente que vota a determinados partidos sin que eso se considere infamante?
¿Dónde quedan, pues, aquellas libertades de expresión, de manifestación, de pensamiento, de cátedra,… por las que tanto hemos luchado?
Tan cierto es lo dicho, que uno mismo, tras redactar este artículo, experimenta el mismo oprobioso sentimiento que cuando escribía bajo el franquismo: ¿no me habré pasado en mi crítica?, ¿qué repercusiones me puede traer este escrito?
Ya ven. Se trata, en cualquier caso, de una percepción opuesta, precisamente, a aquella sensación de libertad que es consustancial a la democracia.