AnálisisCON ESPÍRITU CONSTRUCTIVOOpinión

Sobre gestión de avenidas y pandemias

El 7 de febrero de 2017, tras un episodio de lluvias persistentes que provocaron grandes entradas de agua al embalse, la presa de Oroville sufrió graves daños en su aliviadero principal al desaguar parte del caudal provocado por esta avenida. A causa de estos daños los ingenieros que explotaban la presa decidieron cerrar este aliviadero, de forma que el nivel del agua subió hasta rebosar por un aliviadero de emergencia que no se había utilizado nunca. El agua, al desaguar por este aliviadero, que básicamente era un dique de tierra de unos trece metros de altura, empezó a erosionar de forma importante el pié del mismo, con el peligro serio de rotura de este dique que, en caso de ceder, hubiera precipitado millones de metros cúbicos aguas abajo causando incalculables daños materiales y no pocas pérdidas de vidas humanas.

Ante esta situación el equipo de explotación que debía proteger la presa y las autoridades que debían proteger la población actuaron de forma coordinada. Por un lado se procedió a intentar colocar tierra con helicópteros en la zona erosionada, así como a desaguar caudal por vías alternativas (la central hidroeléctrica) entre otras. Las autoridades de la zona afectada, por su parte, establecieron un plan de evacuación que desplazó en setenta y dos horas a doscientos mil residentes aguas abajo de la presa. Y no sólo se preocuparon de las personas. Un servicio de transporte especialmente habilitado se encargó de desplazar los peces de una piscifactoría situada aguas abajo y que en caso de ceder la presa habría sido arrasada por el agua, lodo y piedras de la avenida resultante.

El tercer pilar de la gestión de la crisis de la presa de Oroville, junto a las autoridades y a los técnicos, fue la comunicación. A lo largo de los tres días que la presa estuvo en riesgo tanto el equipo técnico como las autoridades de la zona afectada informaron de forma transparente y coordinada sobre la evolución de los acontecimientos. No se ocultó la gravedad de la situación en ningún momento y las medidas asumidas fueron comunicadas y explicadas prácticamente en tiempo real.

Una vez descendió el nivel del embalse por debajo de la zona afectada y finalizada por tanto la emergencia, se inició de forma inmediata la reconstrucción de las partes de la presa dañadas. En paralelo se encargó un informe forense a cinco expertos independientes para identificar las causas del suceso. El informe, de 584 páginas, tardó un año en ver la luz y analizó detalladamente toda la información disponible, poniendo de manifiesto los acontecimientos que habían desencadenado el fenómeno. Sin entrar en detalle en estos acontecimientos, fue una cadena de sucesos que nunca habían pasado en la historia de la presa que se unieron a algunos fallos de diseño. Las obras de reconstrucción de la presa tuvieron en cuenta las recomendaciones de este informe y además se están estudiando las mismas para aplicarlas a otras presas de la misma época que la de Oroville.

Desde que empezó la situación de emergencia sanitaria derivada de la crisis del COVID-19 algún compañero señaló el paralelismo que hay entre la gestión de una pandemia y la gestión de una avenida en un embalse. Incluso me animaron a que escribiera algo al respecto. Desde luego tienen puntos en común muy parecidos. De hecho, circula por las redes un magnífico estudio del ingeniero Francisco Enseñat donde usando herramientas de modelización semejantes a las que usamos para estimar los efectos de las avenidas de las presas realiza una proyección de los números que alcanzará la epidemia.

Con las debidas reservas, el funcionamiento de un embalse cuando recibe una avenida de agua se puede asemejar a la gestión de una pandemia en algunos aspectos. Empezando por la gestión de la avenida que llega a un embalse, existen cuatro datos básicos que rigen el proceso. Dos de ellos están prefijados: el volumen máximo de agua que el embalse puede almacenar y el caudal máximo que el embalse puede desaguar sin causar daños aguas abajo. Los otros dos datos son variables y serían el nivel de embalse existente en un momento determinado, que condicionará el volumen de agua que puede almacenar en ese momento, y el caudal de entrada neto al embalse, es decir, la diferencia entre el agua que entra y el agua que sale por los órganos de desagüe de la presa. Con esas cuatro variables las posibilidades de gestión son múltiples. Además en muchos ríos existen otros embalses aguas arriba y aguas abajo del embalse afectado con los cuatro inputs anteriormente mencionados, con lo cual la gestión de la avenida se complica. En cualquier caso, y para simplificar mucho, el trabajo del equipo que gestiona los embalses es explotarlos conjuntamente de forma que cuando se presente una avenida se minimicen los daños producidos por esta avenida. Y si, como ocurrió en el caso de la presa de Oroville, se producen daños que ponen en peligro a la población y los bienes situados aguas abajo de la presa, actuar coordinadamente con las autoridades para poner en marcha las medidas que la emergencia requiera. Todo esto no es improvisado, y por ello existen una serie de documentos que conforman el archivo técnico de la presa entre los que destacan las Normas de Explotación y el Plan de Emergencia, en las presas que la normativa así lo requiere, que contienen las medidas a aplicar en cada caso.

Pasando a la gestión de la pandemia, algunos de los conceptos que los legos en este tema hemos aprendido en los últimos meses recuerdan a la gestión de una avenida en múltiples embalses interconectados. A grandes rasgos, cada embalse podría considerarse el sistema sanitario de una unidad física (comarca, provincia, región sanitaria o incluso un país) con una capacidad de atender a un número de pacientes determinada, y el caudal neto de entrada podría ser la diferencia entre el número de contagiados que acceden al sistema sanitario y el número de curados. La diferencia entre ambas cifras en la fase de ascenso de la epidemia debería mantenerse por debajo del límite del sistema sanitario para que se puedan atender a todos los contagiados. Si en un momento dado el sistema sanitario considerado se colapsa deberá derivar a los pacientes a otro sistema sanitario para que sean atendidos. Esto es lo que se hace en los embalses con el agua sobrante salvo que el embalse que tenga que recibir ese agua esté al límite de su capacidad y no le sea posible recibirla. Es en ese momento cuando puede ser necesario asumir decisiones que tengan consecuencias dramáticas, como al parecer ha sucedido en esta pandemia.

Todavía queda por “traducir” un término de la gestión de embalses a la gestión de pandemias. ¿Recuerdan cual es? Efectivamente, el nivel mínimo inicial del agua cuando empieza la avenida. Cuanta menos agua tengamos almacenada en el embalse, mayor capacidad de almacenamiento tendremos disponible en el mismo. Este nivel mínimo es más complicado de trasladar a la gestión de la pandemia pero quizá podría traducirse en el número de contagiados por millón a partir del cual se establecen medidas de confinamiento para controlar la expansión de la epidemia, aunque considerarlo así influye también en el incremento de contagiados. No es una analogía correcta, ya que son dos variables diferentes, pero si da para hacer un par de reflexiones interesantes. Por un lado, las Normas de Explotación de una presa marcan el nivel máximo de agua que ha de haber en cada época del año en el embalse a efectos de disponer de un resguardo preventivo para avenidas. Un caso paradigmático son las presas del arco mediterráneo, que en la mayoría de los casos sus normas marcan que a finales del verano tengan un nivel de agua muy bajo para dar cabida a las avenidas que puedan generar los fenómenos conocidos como la gota fría. Por otro lado, la recepción de avisos meteorológicos que prevean entradas importantes de agua a los embalses pueden hacer que el ingeniero gestor de una presa decida hacer desembalses preventivos a fin de generar un volumen de resguardo suficiente para el agua que pueda entrar. Un ejemplo de este fenómeno bastante común se da a finales de invierno e incluso en la primavera en las presas del Ebro, cuando se produce un súbito aumento de la temperatura en los Pirineos y se genera un caudal de deshielo mayor que el previsto. Una vez detectado este aumento del caudal a causa del deshielo, se desembalsa en las presas de la parte baja de la cuenca para que se genere un volumen de resguardo que permita laminar la crecida que viene con el agua del deshielo. Volviendo al caso sanitario, este nivel mínimo ligado al efecto del confinamiento tendría la virtud de incluir en la consideración de daños la afección a la economía derivada de los efectos de la pandemia. A fecha actual parece que los países que más pronto han realizado estrategias de confinamiento han reducido o van a reducir los efectos económicos derivados de la pandemia.

Desafortunadamente en el caso de España, a la vista de la evolución de contagiados y fallecidos, subyace en la opinión pública la duda, contaminada por la pugna política, de si se ha gestionado correctamente la crisis sanitaria. Con respecto a esa duda, y volviendo al caso de la presa de Oroville, lo ideal sería que cuando haya finalizado la pandemia se haga un estudio por parte de expertos técnicos independientes que indique lo que se podría haber hecho mejor para que la próxima ola de contagios se controle con un coste de vidas y daños económicos menor. Y que de ese estudio se derivasen tanto conclusiones a nivel de la gestión de cada sistema sanitario como del conjunto de los mismos y se pusieran en práctica medidas para que el siguiente brote. Este análisis debería analizar de forma objetiva y constructiva la comunicación de las autoridades durante la crisis sanitaria, que ha sido objeto de múltiples críticas, para mejorar la misma en futuros episodios.

No quisiera acabar estas reflexiones sin recalcar otro concepto que en los últimos años ha estado en boga en la gestión de avenidas e inundaciones y que también puede tener su analogía en esta crisis. Y no es ni más ni menos que la autoprotección. Al igual que se fomenta, a través de Protección Civil y otros organismos implicados, transmitir la cultura de la autoprotección frente a las inundaciones, de evitar actitudes imprudentes cuando aumenta el caudal en los ríos, etc, la responsabilidad individual es fundamental en evitar futuros rebrotes. Seamos responsables con las medidas de distanciamiento social y ayudaremos a frenar al virus.

Eduardo Echeverría García

Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Especialista en cuestiones hídricas.