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La Navidad más grande

Vivimos en un modelo de sociedad competitiva que afecta entre otras cosas a las mismísimas fiestas navideñas. Todas las localidades se han puesto a batir récords. Tenemos, por ejemplo, el del árbol de Navidad más grandioso, honor que le corresponde al pueblo cántabro de Cartes, que con un  abeto de 65 metros supera al de 57 de Granada. También tenemos el Belén más alto de España, en Alicante. O la ciudad con mayor luminosidad festiva que se lo lleva Vigo, compitiendo con otras poblaciones del mundo.

O sea, que no podemos quejarnos de la espectacularidad de nuestras fiestas. Ni tampoco de su duración, porque cada vez los fastos comienzan antes. No llegamos al primero de octubre, como en Venezuela, porque allí el adelanto se debe a razones políticas, con las  que paliar un poco de la desesperación de la población. Aquí, antes se empezaba con el puente de la Constitución, pero ahora llevamos desde semanas antes comportándonos en modo navideño.

Hay otras novedades menos importantes pero significativas, como la tendencia de las empresas a sustituir la cesta tradicional por un vale regalo, para que cada consumidor las confeccione a su gusto, sin verse obligado a aceptar productos que no quiere.

Pero todo esto es el lado más o menos frívolo de la Navidad, que ha olvidado los propósitos habituales de paz, fraternidad y buena voluntad entre las personas, ya que nos encontramos en un mundo con miles de víctimas en guerras y el aumento entre nosotros del crimen, la violencia machista o las agresiones a personas. Por eso, conviene hacer un alto en tanta celebración para formular votos por los mejores deseos en un mundo que no es como debiera. Uno, en la modestia de su persona, se atreve a pedir un poco más de cordura colectiva y amor en las relaciones interpersonales y desear a sus lectores todo lo mejor en estas fiestas.

Enrique Arias Vega

Periodista y Escritor. Ex director de publicaciones del Grupo Zeta, y de varios diarios pertenecientes a este grupo de comunicación