Karla Sofía Gascón
Menuda la que han armado unos tuits antiguos de la actriz trans Karla Sofía Gascón. Su revelación ha hecho que la interesada pasase de golpe de ser una heroína elogiada por todos, a una persona despreciable a la que no se puede tomar en cuenta. Por supuesto que se trata de unos tuits impresentables, que van contra las convenciones del buen gusto y de la solidaridad humana, pero el fenómeno ha servido también para demostrar la hipocresía y la futilidad del mundo del espectáculo en particular y de la sociedad en general.
No he visto la película Emilia Pérez, por lo que desconozco si la señorita Gascón es merecedora o no del Óscar al que está nominada. Pero ya viene precedida por otros premios, no sé si por sus dotes de actuación o por su propia peripecia personal. En cualquier caso, su profesionalidad cinematográfica está acreditada, al margen de sus ideas, y no pierde un ápice de ella por absurdas o malsanas que puedan ser sus opiniones.
Si midiésemos el rasero del arte por la bondad o maldad personal de sus profesionales, las pinacotecas verían reducido el número de expositores y los conciertos mutilarían sus programas, pues no han sido pocos los artistas que, a pesar de su talento, en su vida privada han sido misóginos o maltratadores merecedores del mayor de los repudios sociales.
Por eso, creo que es injusto el ostracismo profesional al que se quiere someter a la actriz, que no deja de serlo por extravagantes y venenosas que hayan sido sus manifestaciones en redes sociales. Una cosa es merecer el rechazo social y otra muy distinta la muerte laboral. Lo que ayer era bueno, profesionalmente hablando, no puede convertirse de golpe en malísimo, salvo que seamos unos cínicos o unos tontos.