Trump, el autócrata
Donald Trump vive en la mayor democracia del mundo, aunque el concepto mismo de la democracia no vaya mucho con él. Ya se ha visto en la cantidad de órdenes ejecutivas que ha dictado en sus primeras semanas de mandato, sin necesidad de que sus disposiciones pasen a ser debatidas en el Congreso. Bien está que las reglas de Estados Unidos sean diferentes de las de una democracia parlamentaria, pero el Presidente ha hecho abuso de ello.
Quizás la que tenga más trascendencia de sus órdenes sea la de los aranceles a terceros países, poniendo freno al comercio internacional al coste de disminuir el PIB norteamericano y aumentar la inflación. Nada de esto parece importarle, pues está convencido de la bondad de sus decisiones, con un ego que no admite réplica. Si llega a salirle mal el experimento, como es probable, no redundará en una defensa de la producción interna del país, sino en un empobrecimiento de todos, el propio y el ajeno. Pero no le importa, insisto: seguro que echará la culpa a todos los demás para salir indemne del drama.
Otras órdenes han sido igual de espectaculares, aunque de resultados aún inciertos, como el plan de paz de Ucrania o sus apetencias sobre Groenlandia. En la isla de hielo ya ha conseguido que se abra paso el independentismo respecto al reino de Dinamarca y así tener más cerca acuerdos comerciales que le beneficien.
En cualquier caso, la política de Estados Unidos primero y que los demás apechuguen ya ha traído el aislamiento de Europa y la ruptura del mapa histórico de alianzas con su aproximación a Rusia. Si eso no es ser un autócrata, que venga Dios y lo vea. Y hablando de ver, estas manifestaciones trumpistas sólo son el comienzo de lo que está por venir.