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Desapego y mala educación

Los políticos saben ser exquisitos, sobre todo cuando conviene a sus más turbios intereses. Ahí tienen, si no, al número 3 del PSOE, Santos Cerdán, rindiéndole pleitesía a Carles Puigdemont en  su despacho de la Unión Europea y refiriéndose a él como “President Puigdemont”, en vez de fugado Puigdemont, que sería lo correcto. Y todo eso bajo una fotografía festiva de la insurrección del 1 de octubre.

Es que la investidura de Pedro Sánchez bien exige una traición y, eso, envuelto en las más protocolarias formas, mejor que mejor.

Sólo 24 horas después de esa escena bruselense, ha tenido lugar el juramento constitucional de la princesa Leonor, con motivo de su 18 cumpleaños. A ese acto no han asistido ninguno de los socios de investidura de Pedro Sánchez, a excepción de tres miembros de la coalición Sumar, de Yolanda Díaz. La razón de ello —la sinrazón, mejor dicho— ha sido el desapego de la extrema izquierda y el nacionalismo hacia una institución, la monarquía, que consideran anacrónica y que es objeto de todo su desprecio.

Ahí es donde el desapego entre de lleno en la mala educación. Antes de eso, los nacionalistas y le izquierda más radical también pasaron de acudir a las consultas con Felipe VI para sondearles sobre un candidato a la Presidencia. Y el resultado de ambas negativas es que se pueden tener las ideas que se quieran, pero el plantón institucional no deja de ser un acto de felonía que muestra las peores costumbres.

No hace tantos años, y sin ser mejores que ellos, los diputados de Herri Batasuna, por ejemplo, acudían a la casa real para manifestar allí su desapego sin hacer el feo de su ausencia. Y es que, como vemos, hemos ido a peor en vez de mejorar.

Hay quienes para mostrar su punto de vista, sobre la amnistía, por ejemplo, lo hacen mintiendo a sabiendas pero al menos con una sonrisa meliflua de aquí me las den todas. Me refiero a Salvador Illa cuando alude a que la amnistía cabe en el prólogo de la Constitución, donde se habla además de la concordia de los pueblos de España. Es un ejemplo, digo, de cómo se puede faltar a la verdad sin por ello perder las formas.

Pero esto es la excepción y no la norma de unas relaciones políticas cada vez más broncas y donde la buena educación hace tiempo que se ha perdido. Menos mal que nuestros jóvenes, desentendidos de la vida política, no tienen el ejemplo de los parlamentarios, que los llevaría a ser más descreídos o radicales de lo que ya son en la actualidad.

Enrique Arias Vega

Periodista y Escritor. Ex director de publicaciones del Grupo Zeta, y de varios diarios pertenecientes a este grupo de comunicación